Hoy en día, la razón* a mutilado a la mente, ha inevitablemente determinado su desarrollo; y es la ya delirante razón, la que se contrapone al ideal utópico por principio de realidad…
En relación con la utopía, Freud introduce el “principio de realidad”* a los estudios de la meta-psicología, el cual tiene como objetivo señalar la imposición de una realidad falsa, por una que en consecuencia nos alejaría de ésta. Así pues, la razón se ha convertido en nuestro árbitro, mientras las fantasías cumplen una función divertida pero ilusoria. Es por esto que con la introducción del principio de realidad; la actividad mental de la fantasía ‘das Phantasieren’ fue aislada y descartada de toda forma de experimentación de la realidad y como consecuencia subordinada tan sólo al principio del placer.
Freud separa la fantasía como la única forma del pensamiento que realmente es libre, es decir, que no está subordinada a las normas de una libertad represiva y del principio de la realidad fabricado por una sociedad industrializada. Así pues, Marcuse (1999), nos dice que “la imaginación visualiza la reconciliación del individuo con la totalidad, del deseo con la realización, de la felicidad con la razón. Aunque esta armonía haya sido convertida en utopía por el principio de la realidad establecida, la fantasía insiste en que puede y debe llegar a ser real, en que detrás de esta ilusión está el conocimiento. Nos percatamos por primera vez de las verdades de la imaginación cuando la fantasía en sí misma toma forma, cuando crea un universo de percepción y de comprensión- un universo subjetivo y al mismo tiempo objetivo”.
En relación con la utopía, Freud introduce el “principio de realidad”* a los estudios de la meta-psicología, el cual tiene como objetivo señalar la imposición de una realidad falsa, por una que en consecuencia nos alejaría de ésta. Así pues, la razón se ha convertido en nuestro árbitro, mientras las fantasías cumplen una función divertida pero ilusoria. Es por esto que con la introducción del principio de realidad; la actividad mental de la fantasía ‘das Phantasieren’ fue aislada y descartada de toda forma de experimentación de la realidad y como consecuencia subordinada tan sólo al principio del placer.
Freud separa la fantasía como la única forma del pensamiento que realmente es libre, es decir, que no está subordinada a las normas de una libertad represiva y del principio de la realidad fabricado por una sociedad industrializada. Así pues, Marcuse (1999), nos dice que “la imaginación visualiza la reconciliación del individuo con la totalidad, del deseo con la realización, de la felicidad con la razón. Aunque esta armonía haya sido convertida en utopía por el principio de la realidad establecida, la fantasía insiste en que puede y debe llegar a ser real, en que detrás de esta ilusión está el conocimiento. Nos percatamos por primera vez de las verdades de la imaginación cuando la fantasía en sí misma toma forma, cuando crea un universo de percepción y de comprensión- un universo subjetivo y al mismo tiempo objetivo”.
Utopía es entonces la tensión entre la realidad y lo ideal, de lo material y de lo abstracto, y detrás de esta lucha se encuentra determinada la realidad objetiva. Ahora bien, lo ideal y lo material son categorías estrictamente determinadas de fenómenos objetivamente diferenciados, que se constituyen en el proceso real de la actividad vital y material del hombre social. El hombre, en el proceso de producción y reproducción de su vida, comienza a realizar el acto de idealización de la realidad para que una vez surgido lo ideal devenga en un importante componente de su actividad material y comience a tener lugar un proceso de objetivación y cosificación de lo ideal. Pero, como contraparte de esto tenemos que la razón prevalece: es decir, llega a ser poco agradable pero “útil y correcta” y la fantasía queda como algo agradable pero inútil y falso.
Incluso, parafraseando a Cioran (1981), el hecho de concebir con detalles un lugar inimaginable en donde se bendiga al trabajo, nadie tema a la muerte y en donde la fantasía sea racionalizada, sería tomado como un sufrimiento para la razón, una empresa que honra a la razón y desacredita al intelecto. Se podría decir también que hemos llevado con orgullo y ostentación los estigmas de una raza que adora “el sudor de la frente” y que la cosificación entre lo ideal y lo real sobrepasa toda estructura lógica, recordemos entonces que utopía significa [en ninguna parte.]
Incluso, parafraseando a Cioran (1981), el hecho de concebir con detalles un lugar inimaginable en donde se bendiga al trabajo, nadie tema a la muerte y en donde la fantasía sea racionalizada, sería tomado como un sufrimiento para la razón, una empresa que honra a la razón y desacredita al intelecto. Se podría decir también que hemos llevado con orgullo y ostentación los estigmas de una raza que adora “el sudor de la frente” y que la cosificación entre lo ideal y lo real sobrepasa toda estructura lógica, recordemos entonces que utopía significa [en ninguna parte.]
En relación con la teoría critica, la utopía se da como la no aceptación de un estado histórico existente de lo que “es” y frente a lo que “debería ser”; de modo que, bajo un análisis critico-dialéctico, histórico y negativo, la utopía se entiende como la ruptura total con la sociedad, la negación de la negación, (Adorno, 1966). Por tanto, la conjunción Hegel y Marx se hace evidente. Por otra parte, la introducción de los estudios de la meta-psicología a la teoría crítica, amplio el margen teórico de análisis con respecto a los principios de dominación colectiva, lo irracional y lo racionalizado. En definitiva, para comprender el rumbo de la sociedad burguesa, organizada económicamente a través del capitalismo se hace indispensable la síntesis de las tres grandes concepciones críticas: Hegel-Marx-Freud aplicados dialécticamente al examen de la relación entre racionalidad-irracionalidad y sus efectos sociales e históricos.
En consecuencia, los teóricos de la Escuela de Frankfurt (en especial Horkheimer, Adorno y Marcuse) proclaman que el fin de la utopía ha llegado; es decir, que la humanidad posee ya tantos recursos científicos, materiales e intelectuales que la transformación de la sociedad es casi inevitable. Es por esto, que no se puede tildar de idealistas a los teóricos franfkfurtianos, puesto que la crítica no se funda en meras abstracciones irrealizables; sino en un examen económico, político, social y cultural que no baja del cielo a la tierra, sino que sube a la tierra a una etapa histórica sin dominación irracional e inconsciente.
Con respecto a la teoría Freudiana sobre el principio de realidad y más que nada sobre el tema de la represión colectiva, en esta etapa del capitalismo, la introducción del psicoanálisis y de la meta-psicología freudiana se hace cada vez más necesaria, ya que por primera vez se le daba un uso político a la psicología colectiva. Por otra parte, los estudios realizados desde este marco teórico han arrojado solo dos caminos a seguir en relación con la utopía y es entonces que nos vemos obligados a escoger entre una vida insensata en utopía o una vida en la locura de este mundo.
Ahora bien, la teoría utópica no debe convertirse en ningún momento en ideología, aunque por naturaleza estas dos compartan los mismos rasgos ya que son en alto grado ambiguas, tienen un aspecto negativo o positivo, y un papel constructivo y otro destructivo. Es por eso que la utopía debe seguir ciertos aspectos manejados en la teoría crítica para evitar su advenimiento en ideología. La utopía debe ser entonces:
En primer lugar, histórica, porque la teoría es aclaración sobre la existencia humana y desde un ideal hegeliano de humanización a través de un progreso constatable en la historia por los grupos que son dominados y humillados. En segundo lugar, la teoría debe de ser Dialéctica puesto que su avance es a través de contradicciones captables desde un punto de vista racional, siendo la Razón la tercera y esencial característica de toda teoría que no quiera ser y actuar como ideología. La Razón, en definitiva, es el fundamento de la Teoría Crítica y debe serlo también para la Utopía. Una racionalidad que tiene su herencia en Kant-Hegel y en la universalidad griega clásica.
Ahora, la razón aquí se define como un proceso de análisis causal, pero desde la comprensión de las contradicciones en una dialéctica histórica, que busca las causas de la dominación. En este sentido, se distinguirá siguiendo a Weber entre racionalidad y racionalización. La racionalidad siempre y por fuerza tendrá que ser critica, mientras que la racionalización no es más que el uso del esquema medio-fin en unos objetivos cuyos resultados últimos no sean más que los de consolidar lo constituido. Este sería el fundamento de la razón instrumental. Por ello precisamente, la teoría que no deviene en ideología tiene que ser histórica, dialéctica, racional y negativa.
Ahora bien, la teoría utópica no debe convertirse en ningún momento en ideología, aunque por naturaleza estas dos compartan los mismos rasgos ya que son en alto grado ambiguas, tienen un aspecto negativo o positivo, y un papel constructivo y otro destructivo. Es por eso que la utopía debe seguir ciertos aspectos manejados en la teoría crítica para evitar su advenimiento en ideología. La utopía debe ser entonces:
En primer lugar, histórica, porque la teoría es aclaración sobre la existencia humana y desde un ideal hegeliano de humanización a través de un progreso constatable en la historia por los grupos que son dominados y humillados. En segundo lugar, la teoría debe de ser Dialéctica puesto que su avance es a través de contradicciones captables desde un punto de vista racional, siendo la Razón la tercera y esencial característica de toda teoría que no quiera ser y actuar como ideología. La Razón, en definitiva, es el fundamento de la Teoría Crítica y debe serlo también para la Utopía. Una racionalidad que tiene su herencia en Kant-Hegel y en la universalidad griega clásica.
Ahora, la razón aquí se define como un proceso de análisis causal, pero desde la comprensión de las contradicciones en una dialéctica histórica, que busca las causas de la dominación. En este sentido, se distinguirá siguiendo a Weber entre racionalidad y racionalización. La racionalidad siempre y por fuerza tendrá que ser critica, mientras que la racionalización no es más que el uso del esquema medio-fin en unos objetivos cuyos resultados últimos no sean más que los de consolidar lo constituido. Este sería el fundamento de la razón instrumental. Por ello precisamente, la teoría que no deviene en ideología tiene que ser histórica, dialéctica, racional y negativa.
Recogiendo lo más importante, el final de la Utopía (como lo plantean Marcuse, Horkheimer y Adorno) nos presenta la imponente capacidad de transformación de la que dispone la especie humana. Los ideales utópicos en los que se plasmaban las ilusiones de una existencia plena, son ya posibles gracias a los conocimientos científicos y sociopolíticos disponibles. El hambre, la enfermedad, la precariedad, pueden superarse material y objetivamente. Pero, sobre todo, son la explotación del hombre por el hombre, la agresividad y la dominación las causas de la rémora de la historia.
La lucha contra tales causas es la realización de la Utopía y la instauración de nuevas fuerzas humanas y sociales que hagan renacer ese "principio del placer" con el que Freud restablecía el sentido histórico. Frente a la agresividad de una sociedad guiada por el "principio de destrucción", Marcuse (1999), reivindica el impulso de creación e invención en donde la síntesis de Marx y Freud haga posible el lema de "a cada cual según su necesidad, de cada cual según su capacidad".
La lucha contra tales causas es la realización de la Utopía y la instauración de nuevas fuerzas humanas y sociales que hagan renacer ese "principio del placer" con el que Freud restablecía el sentido histórico. Frente a la agresividad de una sociedad guiada por el "principio de destrucción", Marcuse (1999), reivindica el impulso de creación e invención en donde la síntesis de Marx y Freud haga posible el lema de "a cada cual según su necesidad, de cada cual según su capacidad".
En conclusión, la utopía como obra sobre el futuro suele interesarnos solamente si sus profecías parecen verosímilmente a realizarse; sin embargo habrá quienes saquen provecho del ‘shock value’ de sus afirmaciones o de sus criticas y se postren como los que detentan la verdad en un ‘status quo’. Por otro lado, es deber del intelectual criticar severamente a la sociedad y poner en perspectiva las contradicciones del mundo actual y no convertirse en un testigo criminal del estado de cosas actual.
Por otro lado, debemos recordar que las condiciones objetivas están dadas, y que son estas contradicciones las que a través de la historia han generado una praxis revolucionaria. El miedo a la libertad y la interiorización de un estado de cosas nos han llevado hacia una actitud escéptica y poco critica; como consecuencia, hemos ignaurado la gran kermés de la subjetividad en donde los discursos de tolerancia, pluralidad y acertividad, se postergan y se imponen ante categorías como lo cuantitativo sobre lo cualitativo. Mientras existan el hambre, la miseria y la desigualdad de clases, estos discursos se verán obsoletos y reflejaran la incapacidad intelectual, heredera de la razón instrumental y de la racionalidad que nos lleva a aceptar el principio de realidad.
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